lunes, 10 de octubre de 2011

Prólogo: Nieve y Sangre. Vizaldar Saga


PRÓLOGO
NIEVE Y SANGRE

Ya estaba atardeciendo en Puntaescarcha, un pequeño pueblo al norte del continente de Vizh. Y el sol se ponía en el horizonte como una luz anaranjada entre las escarpadas y altas montañas. La nieve lo cubría todo y el frió era tan intenso como siempre en esa época del año, solo los mas fuertes sobrevivían en esa tierra hostil, la caza, la pesca y la artesanía eran junto al escaso comercio la base de la economía de aquellos pueblos. Era fácil perderse por aquellos paramos donde no parecía haber ninguna vida salvo la del frió y la muerte. Cualquier persona podría fácilmente perderse por aquellas tierras y ser pasto de los lobos o de la helada muerte, pero no un Heldanar.

Las tribus de los Heldanar, considerados como incivilizados y salvajes por casi todo Vizh habían conseguido lo que posiblemente ninguna raza fuese capaz de hacer, adaptarse a ese inhóspito medio y subsistir de los pocos recursos que podían sacar de el. Y entre la nieve y la nada se dedicaban a la caza y la pesca. Raramente podían domesticar algún animal salvaje, ya que en esas condiciones el ganado no soportaba tan bajas temperaturas como sus propietarios. La agricultura era a su vez escasa por aquellos reinos y lo único que lograban sacar de la tierra eran bayas y otros frutos silvestres que escaseaban o eran comidos por otros animales. Debido a ello su dieta era carnivora y desarrollaron una gran maestría en el tratamiento de las pieles. Pero con casi toda seguridad la actividad mas rentable de los Heldanar era la guerra.

La jerarquía de las tribus de los Heldanar era militar. Los pueblos, aldeas y asentamientos estaban gobernados por una o varias tribus y su líder y sus hombres ejercían de autoridad absoluta, casi siempre con la ayuda del consejo de sabios y guerreros y la ayuda de la iracunda diosa del viento la Dama de la Escarcha. El orden en aquellas tierras se mantenía con la fuerza del acero y nunca había clemencia con los criminales y los ladrones.

Ulrik bajo de su canoa y comenzó a recoger sus aparejos de pesca. Debía de llegar a casa antes de que cayera la noche. El día de pesca había sido propicio y la temporada de pesca estaba a punto de finalizar. Solo había un detalle que escapaba a la comprensión de Ulrik, había encontrado un banco numeroso de peces muertos a contracorriente. Los animales solo mataban para comer, nunca por diversión. Pronto debería de bajar hacia la aldea de Puntaescarcha, donde desembocaba el Rió de la Montaña de la Noche a vender su pescado. En Puntaescarcha, Ulrik era considerado un ermitaño loco, por el simple hecho de habitar en aquella montaña que sus habitantes y sus ridículas leyendas tildaban de maldita. La familia de Ulrik era de Puntaescarcha y el había recibido una educación normal y corriente, pero prefería vivir solo y aislado.

Y es cuando Ulrik andaba absorto en sus pensamientos cuando vio la primera señal de que algo estaba apunto de acontecer. De un grupo de arboles cercano a su casa surgía un reguero de sangre que teñía de rojo la blanca nieve y proseguía en dirección a su cabaña de madera. Ulrik reacciono instintivamente y dejo sus aparejos de pesa y las presas entre la maleza con la esperanza de que ninguna alimaña diera buena cuenta de ellas. Desenvainó su cuchillo de caza y puso todos sus sentidos alerta, después de todo era un Heldanar. De constitución alta y robusta y sabia luchar si era necesario hasta la muerte con fiereza y furia. Contempló no sin bajar su guardia como de la chimenea de su cabaña surgía humo, señal de que alguien estaba dentro de ella.

La puerta estaba abierta y no tenia signos de estar forzada, Ulrik no tenia costumbre de cerrarla con llave. Ulrik se cubrió en una de las paredes de la cabaña y agazapado miro a través de una de las empañadas ventanas. La casa parecía estar como siempre, en orden, el único detalle que escapaba a aquella normalidad eran las llamas de la hoguera y un bulto ensangrentado, cubierto por lo que parecía una capa de piel como las que el estaba acostumbrado a fabricarse. Fuese quien fuese parecía que estaba a las puertas de la muerte y no opondría resistencia alguna. Toda la casa estaba en silencio, lo que podría decir que no había nadie mas dentro, por lo menos en movimiento.

Ulrik entro en la cabaña y siguió el rastro de sangre aun caliente hasta la chimenea. Nada mas ver aquel bulto confirmo sus sospechas, era un Heldanar medio muerto tirado al lado del fuego. Ulrik lo recostó delicadamente para poder contemplar su rostro, una vez lo hizo no pudo sino realizar una mueca de dolor. Aquel era Frederik Cuernos de Alce, un joven cazador hijo de un viejo amigo suyo que vivía en Puntaescarcha. Frederik solía realizar batidas de caza por la montaña en busca de alces y tenia fama de ser uno de los mejores cazadores de kilómetros a la redonda. El joven solo pudo articular unos cuantos balbuceos antes de morir en los brazos de Ulrik.

–Vienen desde la montaña... Quieren la sangre... Los Vantar...

Ulrik estaba aterrado al oír esas palabras, algo terrible se cernía sobre Puntaescarcha, algo maligno. Debía llegar a Puntaescarcha antes de que fuese tarde, atravesando a través de la noche que ya se asentaba sobre la montaña...


Guilerm Hacha Robusta hijo de Folker, líder de la tribu de los Hijos del Mar Helado y caudillo de Puntaescarcha veía desde la ventana de la casa de los escudos como se extendía la oscuridad de la noche en el exterior. Se había tenido que reunir junto al consejo de Sabios de la tribu ya que un extranjero había pedido audiencia. En circunstancias normales habría podido esperar, pero el extranjero no había venido a Puntaescarcha desde ningún camino conocido, había bajado directamente de la Montaña Maldita, donde salvo el ermitaño Ulrik, nadie tenia el valor de adentrarse demasiado.

El extranjero había pedido audiencia por un asunto de vital importancia para el pueblo. Los soldados que habían hablado con el decían que se había identificado como druida tenia la voz ronca y que no habían conseguido ver su rostro, ya que vestía una túnica negra y roja y una capucha que cubría su rostro.

Guilerm fijo su vista en el extraño druida que se erguía delante de el consejo sentado a su derecha y a su izquierda en una mesa larga. A sus espaldas se situaba la hoguera que ardía para dar calor a la cabaña, de modo que la única luz provenía de detrás de aquel individuo, haciéndole mas siniestro aun. El extranjero se apoyaba sobre un bastón de madera vieja y desgastada de color pálido en cuya punta colgaban unos huesos atados con cuerdas de algún animal salvaje, estaba ligeramente encorvado y parecía mirarles fijamente aunque no podían ver su rostro.

–¿Que es lo que le ha traído por nuestras tierras extranjero y cual es el asunto tan importante que ha de comunicarnos sin falta? Hemos tenido la amabilidad de recibirle a las puertas de la noche ya que ha tenido que pasar un duro viaje desde la montaña. Muestre su rostro y preséntese. Sea breve, es la hora de la cena y hasta aquí llega el olor de la comida de las cabañas de los alrededores.

Aquel extraño personaje no parecía inmutarse ante las palabras del jefe tribal. Pero reacciono enseguida en cuanto Guilerm menciono la hora de la cena. Simplemente hablo con rapidez. Su voz era tan ronca y fría como habían descrito los guardias. Sonaba como una corriente de aire pasando por una pequeña rendija.

–Es la hora de la cena, es la hora de la cena, es la hora de la cena– No paraba de repetir aquel extraño y espeluznante personaje. Sin inmutarse un ápice.

Toda la sala se quedo en silencio y un horrible temor invadió sus mentes. Nadie sabia donde había salido aquella sensación, pero era insoportable. Guilerm no pudo contener su terror y desenvaino su hacha. El extranjero mostraría algo de respeto o se lo haría pagar con creces. Cuando Guilerm se levanto de la silla y se subió en la mesa para abalanzarse sobre aquel irrespetuoso forastero, su cuerpo quedo completamente paralizado, como un tempano de hielo. Ya no corría sangre por sus venas sino litros de puro miedo y pánico.

El extranjero reaccionó sin prisa ante la acometida de aquel jefe tribal de poca monta, se quito la capucha y mostró su verdadero rostro. Un rostro que se asemejaba mas a el de una calavera que al de una persona viva, su cara pálida y sus facciones secas, sus ojos rojos y ardientes y su poderosa mandíbula y sus afilados dientes aun resultaban mas tétricos a la contraluz de la hoguera. Antes de que Guilerm descargara su hacha sobre ese ser, escucho algo que lo dejo helado. Aquella criatura produjo un grito desgarrador, un grito que helaba la sangre, un grito que dejo paralizada de terror a toda la sala. Nadie podía moverse presa del pánico, ni siquiera los fornidos guardias que custodiaban la puerta de la cabaña. Aquella cosa no era de este mundo.

De repente antes de que Guilerm pudiera reaccionar, la criatura se lanzo sobre el tirandole sobre su silla, la sangre manchaba toda la casa de los escudos como si de pintura se tratase, pronto empezaron a oírse los primeros gritos desgarradores de las gentes del pueblo, la matanza de Puntaescarcha había comenzado...


Ulrik estaba exhausto, no recordaba haber corrido tanto en toda su vida, el corazón parecía salirsele por la boca, le faltaba aire y tenia tanto calor como si fuera verano. Levanto la cabeza y comprendió que había llegado demasiado tarde. Ante sus ojos se encontraban las ruinas de Puntaescarcha, sus edificios de madera en llamas y las calles inundadas de sangre. Nunca se pudiera haber imaginado que viviría lo suficiente para ver una cosa como esta.

Sea lo que fuere lo que había producido ese caos, Ulrik tenia claro que no era humano. Debía estar alerta, tenia que cazar al culpable de aquella pesadilla y hacerle pagar con creces.

Conforme iba avanzando por las calles su cuerpo y su cabeza le pedían a gritos que huyera de ese terrorífico lugar, las calles bañadas en sangre estaban sembradas de cadáveres de reses muertas, algunas aun agonizantes, en lo que parecía un festín de entrañas. De repente no pudo contener sus ganas de vomitar al ver un cuerpo de un hombre tendido en el suelo y sin cabeza, parecía haber sido aplastada por algo.

Decidió finalmente salir de allí, pero algo se cruzo en su camino. Dos Heldanar fornidos caminaban por la calle portando dos grandes hachas de batalla. Sus cuerpos estaban cubiertos de sangre y sus ojos eran rojos, igual que la sangre que cubría sus rostros. Ulrik se apresuro en ocultarse en una casa cercana, su instinto le gritaba que debía de salir de allí, que esos dos hombres podían acabar con su vida fácilmente, que sus antiguas lecciones de lucha no le servirían para nada en aquella situación. Contemplo como los dos hombres cogían cada uno un cadáver como si fuesen tan ligeros como la tela y empezaban a discutir gritándose, como si no conocieran otra manera de hablar. Sus voces sonaban enfurecidas como si estuvieran enfadados por algo y eran graves como para infundir temor a cualquier hombre en sus cabales.

–¿Crees que estos cadáveres serán suficientes?– Le grito uno al otro.
–Creo que con sacrificar todo un pueblo sea suficiente para nuestro señor, pero yo volveré a comprobar que no haya nadie agonizando entre los escombros, no se porque diablos tenemos que hacer como si este maldito pueblo no hubiese existido nunca...
–Calla de una jodida vez y vayamos a la plaza estoy harto de oírte decir todos los días que no matas a la suficiente gente.

Ulrik reacciono cuando se alejaban aquellas dos alimañas, todos ellos estaban en la plaza de Puntaescarcha. Debía de ir allí y averiguar que estaba ocurriendo, después debería irse corriendo a alguna aldea cercana, con suerte estaría en ella dentro de 3 o 4 días si no se lo impedía el mal tiempo. Haciendo uso de sus habilidades de cazador, se deslizo entre las sombras sigilosamente, entre el fuego, la sangre y los escombros.

Llego a tiempo de ver como aquellos dos hombres depositaban los cadáveres en una gran pila de miembros amputados y personas mutiladas y desangradas. Debajo de todo ese montón de carne y huesos se encontrada la plaza de Puntaescarcha. Pero en aquel sitio no había ya ningún signo de vida, de compasión o de humanidad, solo un insoportable hedor y pánico fluía por el aire.

Ulrik contemplo como un hombre arrodillado vestido con una túnica negra, teñida con sangre no paraba de recitar una especie de cantares en una lengua desconocida para el. De repente alzo sus manos al suelo y mostró a los presentes dos trozos de hielo tan grandes como su mano, que comenzaron a brillar y teñirse de rojo y después los unió como si fueran una única pieza. Aquello no era normal, Ulrik había escuchado de pequeño historias sobre los Vantar, los últimos magos sobre Vizh. Se contaba que hace tiempo fueron personas normales, pero que sacrificaron parte de su alma para poder controlar la magia, se decía que eran poderosos y no tenían escrúpulos. Pero todo eso eran cuentos para asustar a los niños, leyendas antiguas sin sentido. Como que la montaña en la que habitaba estaba maldita y habitada por criaturas oscuras. Pero hoy no tenia mas remedio que temer, temer y correr, si quería seguir con vida.

El ser termino su ritual y se dirigió a los demás en una lengua que no conocía y cayo de repente y miro hacia donde se encontraba Ulrik

–Que no acabe la fiesta, aun hay un humano con vida entre nosotros.

Toda la gente que se agolpaba alrededor del Vantar se giro mirando hacia su posición, la escena del ritual del Vantar le había aterrado tanto que no había sido capaz de darse cuenta de su presencia, eran unos 100 hombres, pero su fuerza equivalía a 100 ejércitos. Ulrik sabia que era tarde, sabia que era el fin y que todo estaba perdido. Pronto el barquero conduciría su alma hasta el infierno. Era demasiado tarde para luchar. Su cabeza rodaba por los suelos segundos mas tarde. Ningún alma se encontraba sobre Puntaescarcha, había dejado de existir...

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